MÚSICA Y RELIGIÓN
En la antigüedad se creía en los poderes sobrenaturales de la música. El ritmo, la melodía, el sonar de los instrumentos, la voz cantante parecían productos de un don divino, con una fuerte influencia en la vida: desde cantos y danzas para que los dioses enviaran lluvia o caza, a la cura de enfermedades gracias a las invocaciones sonoras. Son numerosos los ejemplos de la música utilizada como puente entre la tierra y el cielo. Existe una creencia que aún hoy puede encontrarse y es la función que cumple la música como acompañamiento de los ritos eclesiásticos y en otros contactos con lo inexplicable como el satanismo, brujería, magia negra y todo el mundo del ocultismo. Todas esas prácticas recurren al auxilio de formas sonoras para elevarse sobre lo cotidiano y entrar al reino de los espíritus. La música misma se convirtió en religión de muchos melómanos del mundo, que adoran la figura de los máximos creadores como seres celestiales o los consideran tocados por la mano de Dios.
Ritos y emociones
Todas las culturas sostienen que la música es un regalo de los dioses a los humanos para mermar sus sufrimientos y regocijarse en sus alegrías. Incluso hubo culturas, como la de la Grecia Clásica, que elaboraron un complejo mapa astronómico organizado por una armonía en la que cada elemento cumplía su función y ocupaba el lugar que le correspondía en el Cosmos. Los objetos celestes se encontrarían incrustados en esferas de cristal de diversos tamaños (unas más cercanas y pequeñas, otras más grandes y lejanas), que en su giro alrededor del mundo producían una bella conjunción de melodías espaciales. Los humanos, acostumbrados a oír la Armonía de las Esferas desde que nacen hasta que mueren, no la perciben como un sonido real, sino como una vibración que baña nuestra existencia y nos vincula al mundo, participándonos de la Creación
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